idades Aunque el machismo afecta profundamente a las mujeres y disidencias sexuales, muchas veces olvidamos que uno de sus primeros efectos recae directamente sobre los propios hombres. El género pesa. Pesa porque, desde el momento en que se te asigna un género en función de tus órganos sexuales, se te asignan roles, mandatos y exigencias que parecen inamovibles. Y una de las áreas donde ese peso se hace más evidente es en el ejercicio de la sexualidad.
La masculinidad hegemónica ha construido una imagen del "hombre sexual" que debe ser potente, insaciable, activo, dominante y siempre dispuesto. Esta exigencia de rendimiento, no sólo responde a una necesidad de satisfacer a la pareja, sino también de alimentar el ego y cumplir con un guion social rígido. Esto, por supuesto, genera presión, ansiedad y sufrimiento.
En mi experiencia clínica, cuando trabajo con hombres que consultan por dificultades sexuales —prefiero este término en lugar de "disfunciones sexuales"—, es muy común encontrar una historia cargada de expectativas frustradas y silencios prolongados. Llamarlas disfunciones refuerza la idea de que algo "ya no sirve", cuando en realidad no se trata de que el cuerpo haya fallado, sino de que está enviando señales, el cuerpo habla. Desde una mirada psico-corporal, el pene que no erecta o que eyacula antes de tiempo también puede estar gritando: miedo, culpa, tristeza, presión, inseguridad.
Frases como "tengo miedo de no ser un buen amante", "siento culpa", "me asusta perder el control" o "no me siento listo" son pensamientos que muchos hombres no se atreven a verbalizar. ¿Por qué? Porque hacerlo implicaría romper con la idea de lo que "debe ser" un hombre. Implicaría mostrarse vulnerable. Y en una cultura falocéntrica, es decir, que ha colocado al pene como el centro del valor masculino, reconocer esa vulnerabilidad parece inaceptable.
Recuerdo a un consultante que, en medio de una sesión, dijo con la emoción a flor de piel: "Ser un cabrón pesa". Y sí, pesa. Pesa tener que responder siempre con potencia, con deseo, con rendimiento. Pesa la imposibilidad de fallar, de no satisfacer, de no cumplir. Pesa no poder disfrutar.
Y entonces surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿tener pene es una ventaja o se convierte en una desventaja cuando se convierte en tu única herramienta para validarte como hombre?
Una de las estrategias más valiosas en el acompañamiento terapéutico ha sido la desgenitalización del placer. Reconocer que tener otros órganos sexuales como la piel, permite que los hombres se conecten con el cuerpo de una manera más integral, sin reducir la experiencia erótica al desempeño genital. Los sentidos —el tacto, la respiración, el gusto, la escucha atenta— pueden ser una vía poderosa para resignificar el disfrute sexual.
Otra herramienta clave es la pregunta: ¿Desde dónde me estoy relacionando sexualmente? ¿Desde el deseo genuino de conectar, explorar y disfrutar, o desde el miedo al rechazo, la autoexigencia o la necesidad de aprobación externa?
Muchas veces, los hombres están más preocupados por "darle la revolcada de su vida" a la pareja que por preguntarse si ellos mismos están disfrutando. Y en ese afán, pierden la posibilidad de habitar su placer, su erotismo y su humanidad.
Es momento de cuestionar los guiones heredados y permitirnos nuevas formas de vivir la sexualidad masculina. Formas más honestas, más humanas, más libres. Romper con el mandato de ser "el cabrón" no significa renunciar a tu identidad, sino aligerar el peso que viene con ella.
Porque sí, ser un cabrón pesa. Pero también se vale soltar ese peso, pedir ayuda y buscar nuevas formas de estar contigo y con las demás personas, desde el placer, el cuidado y la autenticidad.
Rubjai Quiroz Bizarro
@psico.sex.rubjai