Acerca del infame lenguaje incluyente y la barbarie de “todxs”.

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Primero conviene definir qué es el lenguaje. Hablar de lenguaje es volátil, y no sólo porque diferentes medios proponen definiciones no idénticas. Quiero proponer que, por la duración de este escrito, se contemple la definición de lenguaje como una capacidad humana comunicativa de carácter abstracto y no necesariamente opera en función de reglas lingüísticas; eso le corresponde a un idioma y por extensión a sus dialectos.

Entonces, en resumen, el lenguaje es una capacidad de comunicación. Dicha comunicación no se limita a lo verbal o lo escrito (consideremos, por ejemplo, el braille o la lengua de señas mexicana). No obstante, contemplar las diversas maneras en las que el lenguaje se adapta a las necesidades de sectores de la población es interesante. 

Con respecto a la evolución de los idiomas, y no necesariamente del lenguaje per se, la evolución a través del tiempo y los contextos sociopolíticos es también notoria. Por ejemplo, aún existiendo una asociación de más de veinte organismos que "regulan" el idioma español, incluyendo la Real Academia Española, es indisputable la participación, relevancia de esta última.

Tunear. Descambiar. Amigovios. Estos tres palabros (cuatro, incluyendo palabro) son todos vocablos que surgieron como neologismos, barbarismos o jerga popular. No obstante, las cuatro palabras fueron asumidas como reales y válidas bajo el sustento de la Real Academia Española, partiendo de su extenso empleo en el día a día, tanto digital como verbal. Por el contrario, frases como todas y todos o simplemente todes son reprobables, partiendo de la excusa que el masculino es el estándar y/o la forma neutral de dirigirse a una población.

¿Cómo, entonces, se determina qué palabras inventadas son válidas y cuáles no lo son? ¿Bajo qué criterio es válido legitimar una palabra? Incorporar el término tunear, barbarismo surgido del verbo en inglés (to) tune satisface a la población que incorpora el lexema anglosajón a su discurso cotidiano. En el mismo tenor, amigovio es un término que, al ser validado, satisface el habla popular ante una situación ambigua, subjetiva, vivencial y fenomenológica que previamente no podía ser descrita mediante un sólo término, sino a través de una descripción o discurso cualitativo.

Partiendo de los ejemplos previamente mencionados, no tengo remedio sino nuevamente cuestionarme cuál es el criterio requerido para legitimar una palabra. Quizá, en realidad, no exista uno. Y tal como ocurre en la probabilidad y estadística, cuando se rechaza una hipótesis nula, la atención se centra en una hipótesis alternativa. Es ahora que formulo una nueva pregunta: ¿existe un criterio específico para no validar, reconocer o legitimar un término o frase? O, ¿se trata acaso meramente un sondeo de opiniones de manera arbitraria?

Una vez más, con fines ilustrativos, retomo el ejemplo de las palabras todxs y todes. Adicionalmente, a partir de este punto en adelante, escribo empleando una perspectiva de género, le pese a quien le pese.

¿Quiénes se benefician directamente de la visibilización no masculina? Como paréntesis, para quienes veneran a la RAE como instrumento regulador del lenguaje pese a no conocerla en su totalidad, visibilizar es un término avalado por la misma y significa "hacer visible artificialmente lo que no se puede ver a simple vista".

"Todos asistieron a la entrega de documentos."

La oración previa es clara. Todos. Queda claro que 1) o existió al menos un varón, o 2) se trataba explícitamente de un conformado por varones, Pero, ¿qué pasa con las mujeres? Es una situación ambigua; se desconoce si existían. Hablar de "todas y todos" significa que, a las mujeres, las "hacemos visibles al no poder verlas a simple vista". Ante esta propuesta, fervientemente rechazada por la Real Academia Española, es imposible no darse cuenta cómo las únicas personas que no obtienen un beneficio —tácito o explícito— de la reforma propuesta, son varones.

Continuando a otra temática surgida de la índole del género: existen también personas que desconocen la diferencia entre 'sexo' y 'género' por una plétora de razones. Otras personas eligen no reconocer la diferencia entre un concepto y otro, anteponiendo sus opiniones personales e imponiéndolas a otras personas, o peor: intentar argumentar que sus opiniones son realidades. Aunque sin intención, quizá suene soberbio el comentario, pero quiero compartir algo más: creo que ese es un error muy común a la hora de debatir —enunciar opiniones personales en lugar de hechos o investigaciones. Una tercera realidad es la desactualización, particularmente, elegida; la tendencia a tomar como ley los conocimientos adquiridos en el pasado y rechazar activa o pasivamente los conocimientos e informaciones nuevas que reemplazan o desmienten las anteriores.

Sea como sea, el párrafo anterior (prólogo) era imperativo de enunciar para definir mi siguiente inquietud. Quienes creen que el sexo y el género son sinónimos y quienes afirman que el género es natural y/o binario, comúnmente abdican por dos argumentos: 

1) que las personas no binarias no existen, o 2) que las personas no binarias padecen una enfermedad mental. En el caso del primer inciso, una persona podría creer con toda la convicción del mundo que la tierra es plana. No obstante, su creencia es, con franqueza, irreal. Con respecto al segundo punto, aconsejaría a estas personas a documentarse un poco más en materia de sexualidad para disipar su prejuicio o falsa creencia.

Racionalmente, es comprensible la aversión ante la palabra escrita todxs; fonéticamente es inimaginable cómo pronunciarla en este idioma. Sin embargo, todes. Nuevamente, se considera una aberración lingüística implementar un vocablo donde las personas que no obtienen beneficio alguno, son las personas pertenecientes a la demografía masculina. En pocas palabras, varones. 

Entonces, recapitulando. Según los argumentos proporcionados por la Real Academia Española, comúnmente a través de redes sociales, se infiere lo siguiente:

  • Actualmente, no hay manera de denotar la existencia de las mujeres en un grupo donde también existen varones, porque es lingüísticamente incorrecto o innecesario.
  • Señalar la existencia de las mujeres que no pueden ser percibidas discursivamente a simple vista no es necesario —son parte de los hombres.
  • Es preferible negar la existencia de ciertas personas para no reformar el lenguaje.
  • Es preferible estigmatizar a ciertas personas y emplear una opinión como criterio diagnóstico para minimizarles o invisibilizarles.
  • Es correcto equiparar al género masculino con estándar, con correcto, con neutral, con (probabilísticamente) social, como único existente.

Al final, el pragmatismo no es sino ignorar la cualidad de humanidad en pro de un orden establecido que no debe cuestionarse debido a su grado de funcionalidad aparente. No hay necesidad de reparar lo que no está roto, argumentarían algunas personas. Y en verdad, amaría retar y debatir esa idea.

Lamentablemente, desconozco la manera de hacerlo, pues no estoy seguro si lo que está roto es el lenguaje (al servicio de las sociedades hispanohablantes), o las sociedades mismas. 

Iván Carrillo Zimmermann 

Psicólogo, sexólogo

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